Cuento 1: Bocas de Satinga: el corazón de la selva pacífica latiendo en un llano caleño
Por mujeres del Semillero de Paz Llano Verde.
En las profundidades de la selva pacífica, donde el verde exuberante de la vegetación se reflejaba en cada rincón, Bocas de Satinga se erguía como un pequeño edén habitado por la familia de doña Amalia. En aquel territorio, bendecido por la naturaleza, las costumbres ancestrales fluían con la misma serenidad que las aguas del río. Cada jornada se tejía entre redes de pescadores, la recolección de frutas exóticas y las historias transmitidas de generación en generación.
La calma se resquebrajó con la llegada de grupos armados ilegales que, bajo amenazas, exigían pagos a los pescadores locales. La zozobra se instaló en la comunidad, haciendo temblar los cimientos de la paz que por tanto tiempo habían disfrutado. La familia de doña Amalia se debatió entre permanecer en el terruño que amaban o buscar refugio lejos de aquellos peligros que alteraban su existencia.
La determinación tomó forma cuando doña Amalia, con el peso de la incertidumbre por el futuro de los suyos, se topó con Yara, la madre monte, en las orillas del río. En un diálogo cargado de inquietudes y consejos, el camino hacia la migración se vislumbró como la opción más segura para salvaguardar la integridad de su familia. Así, dejaron atrás Bocas de Satinga, llevando consigo el latido de la selva en cada recuerdo, para adentrarse en la vorágine urbana de Cali.
La transición a la ciudad fue una mezcla tumultuosa de emociones encontradas. El bullicio, la rapidez de los autos y la hostilidad del ambiente desconocido se abalanzaron sobre ellos. El cemento que cubría las calles contrastaba con la familiaridad de la tierra bajo sus pies. La lucha por adaptarse a un nuevo entorno, sumado a las dificultades económicas y la imposibilidad de encontrar el contacto con Yara, sumió a doña Amalia en una profunda depresión, ahogada por la añoranza de lo que una vez fue su hogar.
La violencia urbana golpeó con crudeza a la familia, enfrentándolos a la amenaza de un desalojo. Desprovistos de un rumbo claro, se aferraron a la esperanza y buscaron refugio en el barrio Llano Verde, un oasis de tranquilidad rodeado de naturaleza que, a pesar de su belleza, les desafiaba con la desconfianza entre sus nuevos vecinos. En medio de la incertidumbre y la distancia de lo conocido, doña Amalia decidió buscar ayuda. Con la mirada fija en las montañas, decidió sembrar, convirtiendo un pedazo de tierra en un santuario de tradiciones y esperanzas.
Fue entonces cuando Yara, la madre monte, emergió de nuevo en su vida, guiándola para crear una huerta donde las semillas de sus raíces podrían germinar y extenderse, uniendo a la comunidad en torno a la tierra y sus frutos. La familia comenzó su labor de siembra, convocando a los vecinos a unirse y cultivar productos propios de sus regiones, tejiendo así un tapiz cultural en la huerta. Yara, como sabia mentora, les transmitió los secretos para proteger la naturaleza, y juntos aprendieron y compartieron sus tradiciones para forjar lazos de unión.
El clímax llegó con un almuerzo comunitario donde los sabores de cada cultura se fusionaron en platos llenos de historias y fortaleza. La cotidianidad se transformó, enriquecida por la diversidad cultural, y lo que antes era ajeno ahora formaba parte de la vida diaria, creando un entorno pacífico y enriquecedor. Con el tiempo, Yara partió de regreso a Bocas de Satinga, llevando consigo la historia de doña Amalia y su familia, mientras en el barrio Llano Verde se reflexionaba sobre el poder transformador de la diversidad cultural para construir entornos de paz.
La historia de doña Amalia se convirtió en un legado, recordándoles la importancia de valorar y respetar cada cultura como un pilar fundamental en la construcción de un mundo más armonioso."
Cuento 2: Las granadinas caleñas que muelen café
Por mujeres del Semillero de Paz Llano Verde.
Cuento 3: De la selva del Putumayo nació una voz de perdón
Por mujeres del Semillero de Paz Llano Verde.
En lo más profundo de la selva del Putumayo, entre mitos y leyendas que resonaban con el murmullo de las hojas y los ríos, habitaba una voz de perdón. La historia de la región se entrelazaba con la leyenda de la madremonte, protectora de la selva y de aquellos que la habitaban. Esta narración ancestral daba paso a la vida de Camila, una locutora de una emisora comunitaria enclavada en el corazón de la selva, cuya voz resonaba como un eco de unidad y resistencia en medio de la exuberante vegetación.
La tranquilidad de la rutina de Camila se vio alterada cuando grupos armados ilegales le exigieron hacer propaganda en su emisora. El miedo la invadió, enfrentándola a una encrucijada entre sus valores y el peligro que representaba negarse. Se debatía entre su integridad y su seguridad.
Los momentos amenazantes la llevaron a tomar una decisión drástica: abandonar su hogar y huir hacia otra región del país por temor a ser asesinada. En su mochila, cargaba fragmentos de su cultura: canciones, relatos y recuerdos mentales de fotografías que debió dejar atrás.
La adaptación a la nueva realidad fue desafiante. En su nueva comunidad, enfrentó obstáculos climáticos y del terreno para cultivar el tipo de café al que estaba acostumbrada en Putumayo. Aprendió que debía adaptarse y buscar la mejor versión posible del café en este entorno desconocido.
Los vecinos miraban a Camila con recelo, considerándola vanidosa y presuntuosa. La diversidad de rituales en la preparación y consumo del café generaba tensiones entre las familias, sumiendo al vecindario en una atmósfera de desconfianza.
La situación se tornó más complicada cuando un vecino malintencionado dañó el cultivo de Camila en horas de la noche, sembrando discordia y enemistad entre ella y el resto de los vecinos.
A pesar de querer abandonar su proyecto, una aliada del Quindío brindó su apoyo para que reiniciara su aventura. Juntas, idearon un compartir en el que cada familia presentara sus formas de preparar y disfrutar el café, fusionando las riquezas culturales de cada región.
La obtención de la primera cosecha marcó un hito para Camila. La molienda del café se convirtió en un evento comunitario, donde vecinos se unieron para aprender y compartir técnicas. La colaboración y los aportes sobre cómo moler con cáscaras de naranja enriquecieron la experiencia.
El pequeño cafetal pasó a ser un proyecto de toda la comunidad. La diversificación de tipos de grano y el trabajo conjunto se volvieron esenciales para garantizar una buena cosecha. Los medios de comunicación se interesaron en la historia, atrayendo la atención de empresas del sector privado y organizaciones de cooperación.
La singularidad del café de Llano Verde, con su corazón putumayense, alma caleña y esencia multiregional, comenzó a destacarse y se convirtió en objeto de exportación. Mientras las familias continuaban trabajando en el cafetal, se propusieron diversificar productos, destacando la importancia de aprovechar la riqueza de cada cultura para crecer juntos y vivir en paz.
La historia de Camila y su cafetal se convirtió en una reflexión sobre la relevancia de todas las culturas y el poder de la diversidad cultural para construir entornos pacíficos. En medio de los desafíos, halló la fuerza para perdonar y construir un futuro donde la unión y la diversidad eran las semillas de un cambio duradero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario